Estoy a un mes y días de cumplir 39. Debo aceptar que nunca fui, ni seré como todas. Mi mundo y mis tiempos siempre fueron distintos, siempre tuve una forma diferente de observar el mundo, callada, ruidosa, cercana, alejada, devorándolo, percibiéndolo, sintiéndolo, sensible, como una loca que desea aprender, comprender y sobre todo dar. Explotando sus cinco sentidos mientras vive. Nunca fui igual, pues en ocasiones era extremadamente tierna y a veces salía mi coraje y valentía.
Lo supe desde que devoraba la yema de huevo con azúcar que me ponía mi abuela en una taza, cuando con mi más feroz sentido del gusto jugueteaba a encontrar todos los sabores y cerraba los ojos para saber si había una historia que me pudiese contar esa yema que venía de un huevo y por ende de una gallina. Una gallina que seguramente tendrìa una vida paralela a la mía. Trataba que ese sabor me hiciera sentir en mi piel, el aire que entraba por la cocina, al tiempo que las voces de mis abuelos retumbaban en mis oídos con frases como: ¡siéntate bien! ¿Qué haces? Estás loquita, te vas a caer de silla. Para mi eso era vivir. Pensar que el tiempo no pasaría y recordaría cada instante. Y sí lo recuerdo, con un sentido tan real como si volviera a acontecer. Pero frente al espejo ya no veo esa niña, sino una mujer que nadie a logrado descifrar y conocer. En este punto, lo digo soy distinta, porque amo, amé y amaré este verbo misión de la felicidad, que ha dado sentido a mi existencia hasta el punto de recordarme que estoy viva y debo vivir a pesar de las circunstancias.
Soy en esencia una pasión sin tiempo...
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